Magic Mike

De las despedidas de soltera a la priemra salida nocturna, cuando la chica cumple 21 años (momento que en Estados Unidos puedes coger una cogorza pública y legal): el exótico mundo de las mujeres en celo en una noche de farra. Donde la carne en exhibición, en contra de lo habitual, la ponen unos tíos cachas que convierten el sexo, o mejor, su similacro, en chupitos y dinero. Soderbergh se acerca a ese mundo, y a los hombres que lo habitan, envuelto en las formas de una fábula amable y romántica. Su objetivo no es hacer sangre ni ponerse moralista. No juzga: muestra. Y lo hace lejos de la cociencia social y la ironía de, por ejemplo, Full Monty, donde también un grupo de tíos se desnudaban por dinero. Pero allí se empezaba por la piel para llegar mas lejos, digamos al alma. Mientras que en Magic Mike, por el contrario, a lo mas profundo que llegamos a la epidermis de Channing Tatum, dicen que el sucesor de Brad Pitt en esto de los suspiros femeninos, pasada por infinitas horas de gimnasio. Y a la mefistofélica presencia de Matthew McConaughey, en el papel del diablo tentador con más esteroides de la cuenta. O sea, en Magic Mike el mal queda resumido entre un tío cachas hecho un lío y un pobre diablo, en el papel esos que borda McConaughey. Quiero decir que Magic Mike no es cáustica ni melodramática. Es más bien como aquella denuncia bronca que fue Showgirls, en aquel caso de la prostitución en cubierta del espectáculo y Las Vegas. Una denuncia donde se enseña en abundancia lo que se crítica. En ese sentido hipócrita. Pero también muy tierna. Donde el ritmo de vida es tranquilo, como las fiestas, por mucho que haya unos tíos de acero divirtiendo a un buen números de chicas alborotadas. Soderbergh lo cuenta bien, con gusto setentero y con pericia de maestro. Y es que oficio no le falta. Si no va más allá, es porque no quiere. No hurga, no. Se pasea tranquilo por el lado salvaje, como si fuera una caminata de domingo por la mañana.